Amor en Tiempos del Salitre ...

Ese mismísimo día ceniciento,
mi Tío caminó 4 kilómetros
y medio, paralelo...
Llegó a la casa sencilla
que compartía con mi abuela,
casa con piso de tierra,
en la Población 1º de Mayo en Antofagasta.
Juntó las fotos de su niñez
y adolescencia, los regalos y recuerdos,
los abrazos, los besos,
las palabras, las caricias
hizo una hoguera en el patio,
y borró de un plumazo a la Mila González de su vida,
calló durante 7 días,
al cabo de los que sentenció...
- No quiero oír su nombre nunca más.

Durante los dos años siguientes,
mi tío no río nunca más,
abandonó la Universidad,
el fútbol, las canciones,
los juegos y las risas.

Sus amigos trataron de animarlo,
le buscaron novia,
le inventaron historia y anécdotas...
y los miraba, desde la deriva de la vida
Fue en ese tiempo, que adoptó la manía
de morder su labio inferior
en signo de rabia permanente...

Un día entro a la casa de mi madre,
que en realidad era de mi abuelo...
Los convocó a todos y les dijo
con arrojo,
- Voy a ser padre y voy a casarme.

La elegida era una morena bellísima
llamada Regina
alta y esbelta, de labios gruesos,
ojos grandes y mirada dominante...
que solía conquistarme regalándome cuentos infantilies.

El matrimonio fue apoteósico,
ella de regio blanco y mi tío
serio y estoico, del brazo de mi abuela.

Regina era una mujer encantadora, fuerte
emprendedora.
Mi tío empezó a trabajar en la UCN
y ella fue pariendo tres hermosas niñas mujeres,
a las que bautizaba con nombres de princesas.
Regina nunca supo de la pena de mi Tio,
pero lo observaba sospechosa
cuando por la radio
aparecían Los Iracundos
y tocaban Puerto Montt...
y entonces, él salía de su mansedumbre
para tiriritar apasionado...

Y mi tío, se convirtió en el padre
y esposo perfecto.
Cocinaba los domingos,
llevaba de paseo a sus hijas,
bailaba en las fiestas con Regina.
Nada de peleas, ni recuerdos,
nada que ensombreciera la
felicidad novelesca de su familia perfecta...

Se alejó de mi familia por completo...
se convirtió en un extraño para mí
mi madre, mis abuelos y mis hermanos...

Fue electo dirigente sindical,
el más respetado y noble
que recuerde organización alguna...
Inteligente , justo, honesto,
callado, templado y distante...

Un día, mi madre, acongojada me contó
que Regina estaba enferma...
muy enferma...
y entonces con mi tío, recorrieron juntos
doctores, clínicas, ciudades, Machis
y Médicos Espirituales...
Recorrieron Chile entero en busca de
la cura milagrosa al maldito mal...

Una mañana tibia,
Regina, postrada, le pidió que bailaran...
y bailaron y rieron...
como antes...
luego, se acostó...
y , sencilla, como jamás fue en su vida,
ella murió...

Y el mundo no se derrumbo,
pues las tres niñitas necesitaban
a un padre bueno y acompañante
y dulce y protector...
y mi tío ( que sabía de penas)
lloró hasta que quedó seco la ausencia
de su buena compañera...
Levantó un altar en su memoria
siempre lleno de rosas...
Se acercó a la Iglesia
y, como el hombre bueno que siempre fue,
incluso lo quisieron nombrar Diácono...

Pero 45 años es muy poco tiempo
para ser viudo
y él tenía todavía batallas que pelear...
y las niñas, y las Universidades y colegios,
que la más pequeña tenía sólo 8 años...
y todo un éxito...
y llegaron los nietos...
y la vida que se renovaba...

Y así transcurrieron 10 años...
y encontró la paz
y la armonía...
y volvió a amar la vida...

Hasta que una noche,
el 15 de junio del 2007...
en que la Luna se asomaba como una Gajo
fulgurante,
sonó el teléfono...

- Aló ? contestó.
- Aló, Augusto? respondió una voz luminosa... de años ancestrales...
- Si ?
- Soy yo, Augusto, la Mila... la Mila González...

Habían transcurrido 33 años desde la última vez que había escuchado ese nombre...

continuará